Apenas queremos empezar a hablar de Arnold Bennett, y enseguida surge -como
dama justiciera- la figura de Virginia Woolf, declarando -poco menos- que los
personajes de Bennett son como muñecos vacíos, antiguos y carentes de todo
interés para la nueva literatura. El autor de Cuento de viejas, como E.
M. Forster y otros epígonos victorianos, también era consciente del cambio de
rumbo que se estaba produciendo en la literatura inglesa y universal. Y es
cierto que estos autores revelan una especie de desconcierto ante el mundo que
se abre ante ellos y, desde luego, una suerte de estupefacción incrédula ante la
tremenda carnicería de la Primera Guerra Mundial. Los jóvenes literatos,
dispuestos a esgrimir la cachiporra de la vanguardia para acabar con los
"antiguos", no tardaron en dejar claras sus intenciones. Virginia Woolf, sobre
todo, recriminó a Bennett que sus personajes no tuvieran vida o, más bien, que
la vida que le interesaba a Bennett ya no le interesaba al arte literario
moderno: "¿No será acaso que la vida ya no es como nos la presentan?". La propia
Woolf, por contraposición seguramente a su literatura emocional, o psicológica o
espiritual, califica la novelística bennettiana como "materialista". En opinión
de Woolf, los personajes de Bennett llevan una vida atareada, van de un lado a
otro, conversan, tienen preocupaciones, etcétera... "pero seguimos sin saber
cómo viven o para qué viven". Digamos que... les falta un poco de la
superabundante vida interior que rebosa en los personajes de Virginia Woolf.
¿Significa eso que los personajes de Bennett están "huecos"? Bueno, al menos
no están "llenos" de lo que a Virginia Woolf le interesaba. Los personajes de
Bennett no sufren las angustias de los personajes de Woolf, eso es evidente. Y
ello se debe a que tanto ellos como su autor procedían de un mundo en el que
bullía una "mentalidad" diferente. (Utilizo aquí 'mentalidad' en el sentido de
estructuras de ideas propias de un período histórico, tal y como se definen en
la disciplina de la Historia de las Ideas). Y no se trata únicamente de una
mentalidad "realista" ni de una opción literaria que aboque al autor a levantar
un monumento quasirreal, como señalaba Henry James, porque en Bennett también
hay toda una herencia de la literatura victoriana tardía, relacionada con la
literatura "sensacional" o con los emocionantes folletines de algunas décadas
anteriores. Y, sobre todo, en Bennett se aprecia la decisión de centrar
la mirada literaria en un aspecto fundamental del pensamiento británico: el
espíritu práctico. Quienes hayan disfrutado con la novelística de Jane Austen
saben a qué me refiero, y también sabrán que es una herencia de sus
predecesores, muy interesados en esa parte tan escasamente romántica que poseen
los británicos y que les obliga a considerar los "aspectos financieros" de la
existencia, tanto en las relaciones sociales, como en las familiares o las
sentimentales.
En algunas de sus novelas Arnold Bennett llama a esta mentalidad "Sistema de
Filosofía Práctica" (System of Practical Philosophy). Dicho sistema no se ocupa
de las emociones, los sentimientos, las amarguras, las dudas existenciales, los
traumas psicológicos o los éxtasis artísticos; se ocupa, más bien, de los
trabajos domésticos, del aspecto de las personas, de las relaciones humanas, del
dinero del banco, de la reputación social, de los perros de la casa, de las
vacaciones o del periódico del día. No es que haya una mirada distinta al mundo:
¡es que simplemente se miran otras cosas!
Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que la literatura de Arnold Bennett parezca un monumento a la quasirrealidad. De acuerdo: a los personajes no les suceden cosas espantosas ni terribles, ni tienen una vida interior desequilibrada, tortuosa o enloquecida... simplemente están ahí, y viven en un mundo aparentemente anodino y vulgar. Lo asombroso es que Arnold Bennett consigue que la vida arreglada conforme al Sistema de Filosofía Práctica resulte simplemente deslumbrante. Él lo llamaba "el milagro cotidiano".
Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que la literatura de Arnold Bennett parezca un monumento a la quasirrealidad. De acuerdo: a los personajes no les suceden cosas espantosas ni terribles, ni tienen una vida interior desequilibrada, tortuosa o enloquecida... simplemente están ahí, y viven en un mundo aparentemente anodino y vulgar. Lo asombroso es que Arnold Bennett consigue que la vida arreglada conforme al Sistema de Filosofía Práctica resulte simplemente deslumbrante. Él lo llamaba "el milagro cotidiano".
Dada la pasión que Bennett sentía por la vida anodina, irrelevante, común y
vulgar, no resulta extraño que redactara algún manual de vida cotidiana. En
Cómo vivir con veinticuatro horas al día, Bennett propone a sus
lectores adquirir la conciencia del milagro que representa vivir. En "El milagro
cotidiano" revela a las claras que disponemos de 24 horas al día y que
malgastarlas sería aún más estúpido que malgastar el dinero o los bienes de que
dispongamos.
¿Quién de nosotros vive con veinticuatro horas al día? Y, cuando digo "vive" no digo "existe" ni digo "pasa por ahí". [...] Nunca tendremos más tiempo. Tenemos, siempre hemos tenido, todo el tiempo que hay. La intuición de esta profunda y poco conocida verdad (cuyo descubrimiento, por cierto, no me atribuyo) me ha llevado a emprender un minucioso examen de los dispendios diarios de tiempo.
Cómo vivir con veinticuatro horas al día no es sólo un opúsculo divertidísimo. Es también un verdadero tratado del Sistema de Filosofía Práctica de Bennett. (Por otro lado, está maravillosamente escrito y el lector puede disfrutar del finísimo sentido del humor del autor al tiempo que descubre prismas nuevos desde los que observar el mundo). Para vivir, parece decirnos Bennett, hay que esforzarse. Disfrutar de la vida también requiere un esfuerzo y, bien mirado, "nada es aburrido". El mundo ofrece tal cantidad de asuntos que parece asombroso que haya quien se aburra...
¿Por qué no sales de casa, en zapatillas, y te acercas a la farola más cercana con una red de mariposas? Verás que fauna de polillas comunes y no tan comunes revolotea por allí...
Y más adelante:
No hace falta dedicarse al arte o a la literatura para vivir en plenitud. Todo el panorama de escenas y costumbres diarias se presta a satisfacer esa curiosidad que llamamos vivir.
Seguramente no es necesario ir más allá. Buena parte de la obra de Arnold Bennett (al menos su obra más representativa) tiene como fundamento el asombro ante esas escenas y esas costumbres diarias y cotidianas. El sistema de filosofía práctica que mueve el mundo: la compraventa, los matrimonios, las amistades, los negocios, los hoteles, los periódicos, la bolsa, el arte, los viajes...
Virginia Woolf se asombraba de lo que bullía en su cabeza y en la de James Joyce; Arnold Bennett se asombraba ante los sucesos en una mercería, en un hotel, en una calle de Putney, en una pensión parisina o en un espectáculo público.
Ni siquiera tenía sentido la disputa literaria: vivían en mundos diferentes.
[Si quieres leer otros artículos y otras opiniones sobre Arnold Bennett, puedes visitar la Arnold Bennett Bloggers Assembly En esta página encontrarás un listado de blogs que han participado en este encuentro literario sobre Arnold Bennett]
http://www.josecvales.com/blog/
¿Quién de nosotros vive con veinticuatro horas al día? Y, cuando digo "vive" no digo "existe" ni digo "pasa por ahí". [...] Nunca tendremos más tiempo. Tenemos, siempre hemos tenido, todo el tiempo que hay. La intuición de esta profunda y poco conocida verdad (cuyo descubrimiento, por cierto, no me atribuyo) me ha llevado a emprender un minucioso examen de los dispendios diarios de tiempo.
Cómo vivir con veinticuatro horas al día no es sólo un opúsculo divertidísimo. Es también un verdadero tratado del Sistema de Filosofía Práctica de Bennett. (Por otro lado, está maravillosamente escrito y el lector puede disfrutar del finísimo sentido del humor del autor al tiempo que descubre prismas nuevos desde los que observar el mundo). Para vivir, parece decirnos Bennett, hay que esforzarse. Disfrutar de la vida también requiere un esfuerzo y, bien mirado, "nada es aburrido". El mundo ofrece tal cantidad de asuntos que parece asombroso que haya quien se aburra...
¿Por qué no sales de casa, en zapatillas, y te acercas a la farola más cercana con una red de mariposas? Verás que fauna de polillas comunes y no tan comunes revolotea por allí...
Y más adelante:
No hace falta dedicarse al arte o a la literatura para vivir en plenitud. Todo el panorama de escenas y costumbres diarias se presta a satisfacer esa curiosidad que llamamos vivir.
Seguramente no es necesario ir más allá. Buena parte de la obra de Arnold Bennett (al menos su obra más representativa) tiene como fundamento el asombro ante esas escenas y esas costumbres diarias y cotidianas. El sistema de filosofía práctica que mueve el mundo: la compraventa, los matrimonios, las amistades, los negocios, los hoteles, los periódicos, la bolsa, el arte, los viajes...
Virginia Woolf se asombraba de lo que bullía en su cabeza y en la de James Joyce; Arnold Bennett se asombraba ante los sucesos en una mercería, en un hotel, en una calle de Putney, en una pensión parisina o en un espectáculo público.
Ni siquiera tenía sentido la disputa literaria: vivían en mundos diferentes.
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