Bennett, el arte sin afectación, por El infierno de Barbusse

Arnold Bennett ejemplifica como pocos al escritor de gran éxito en vida que es relegado a un segundo plano tras su muerte y que, solo mucho tiempo después, es «redimido» por un nutrido grupo de avispados lectores. La razón de su olvido no tiene nada que ver, como ocurre en otros casos, con la discreta calidad o el escaso interés de su obra, sino más bien con los avatares de la historia de la literatura. Sus orígenes humildes, su manera de entender el arte, y el hecho de ser el epígono de la gran generación de escritores realistas victorianos le granjearon la enemistad de los que por aquel entonces se erigían en dioses del Olimpo literario. T. S. Eliot, George Bernard Shaw, Ezra Pound, E. M. Forster, D. H. Lawrence y, especialmente, Virginia Woolf le dedicaron acerbas críticas y afilados dardos envenenados. El calificativo más tibio con que la autora de Las olas le obsequió es el de «hortera de la literatura».

Una de las razones por las que Bennett sufrió más desprecio fue por su proclamada anti-intelectualidad. Siendo él mismo un intelectual, no ejerció nunca como tal, ni alardeó de ello. Concebía la literatura, y el arte en general, como un medio de ganarse la vida, no más trascendente que cualquier otro. Era alérgico a las solemnidades, remilgos y afectaciones con que los creadores y críticos literarios revisten el oficio de escritor. Para potenciar aún más su posición de hombre de a pie, alardeaba de su gusto por el dinero, los barcos, las multitudes, los excursionistas playeros, el periodismo y la publicidad, algo que erizaba el vello de los intelectuales canonizados. 

En una época en que el incremento de la población se veía como una amenaza de la intrusión de la vulgaridad en cualquier ámbito humano y esto no excluía, por supuesto, al arte, Bennett apostó por mediar entre la cultura refinada y la de bajo nivel. Creía que los intelectuales debían de escribir de tal manera que atrajesen a un público más amplio y no veía por qué había que considerar automáticamente una basura lo que era del agrado de las masas. Según él no había ninguna diferencia esencial entre el lector popular y el refinado. En un artículo titulado "Fame and Fictions", de 1901, decía:
«El arte no es sólo un elemento de la vida; es un elemento de todas las vidas. La división del mundo en dos clases, una de las cuales tiene el monopolio de lo que se denomina «sentimiento artístico», es arbitraria y falsa. Todos somos más o menos artistas; o lo que es lo mismo: no hay persona que carezca por completo de esa facultad de poetizar que, al ver la belleza, la crea, y que, cuando es suficientemente poderosa y capaz de expresarse, da lugar al compositor musical, el arquitecto, el escritor imaginativo, el escultor o el pintor. Quienes ignoran persistentemente esta verdad obvia son causa de muchos equívocos y más de una amargura. La culpa es, en origen, de la minoría, de las personas más artísticas, que han impuesto una distinción artificial a la mayoría, los menos artísticos.»

El exclusivismo de la minoría intelectual, concluye Bennett, ha dividido el mundo en dos campos hostiles, y seguirá dividido hasta que la minoría haga un esfuerzo por entender a la mayoría, iniciando así una «democratización del arte». Bennet creía firmemente en el poder de la educación para cerrar dicha brecha. Su aportación personal, además de sus propios novelas, era la reseña de libros, que educaba el gusto del público inglés. Introducía a sus lectores en las obras de la literatura moderna que consideraba auténticamente valiosas sin adoptar un tono condescendiente o elitista. La lista de escritores a los que elogió refuta al instante cualquier acusación de incultura: Turguéniev, Stendhal, Dostoievski, Chéjov, Maupassant, Proust, Joyce, Faulkner, Gide, etc. En realidad, nada más lejos de los gustos de un hortera de la literatura; en esto iba bastante mal encaminada la señora Woolf.

La defenestración de Bennett por parte de la élite intelectual vanguardista de preguerra fue decisiva para el injusto desplazamiento de su nombre del estante rotulado como “buena literatura», al que sin duda pertenece por méritos propios. Es por esto por lo que no ha tenido la fortuna editorial de otros grandes novelistas coetáneos, como Jospeh Conrad y H.G. Wells, por ejemplo, enormemente populares. Fue solo en la última década del XX, sesenta años después de la muerte de Bennett –¡menudo tirón de orejas merece la señora Woolf y compañía!– cuando su obra comienza de nuevo a despertar la atención de los editores, en gran parte debido al crítico John Carey, quien en su libroLos intelectuales y las masas (1992) habla de Bennett apasionadamente. A partir de entonces, las continuas reediciones de sus obras han tenido una excelente acogida por parte del público lector en el ámbito anglosajón. En España, sin embargo, aún está por redescubrirse la valía de este gran escritor, que cultivó como pocos el humor, la ironía y la elegancia británicas. En nuestras librerías sólo está disponible, de momento, su novelaCuento de viejas, publicada en 2011 por RBA. Otros títulos suyos solo son encontrables en librerías de antigüo y ocasión, en ediciones de hace más de treinta años. Dejemos tiempo al tiempo y esperemos que alguna perpicaz editorial tome la feliz decisión de dar a conocer decididamente a este excepcional escritor a los lectores españoles. 

La calidad, como la verdad, siempre sale a flote, por muchas virginias woolf que intenten desvirtuarla, taparla o hundirla. Al final, lo que queda es la obra, la obra desnuda, descontextualizada. Y es la obra la que invade o no la sensibilidad del lector, la que, por su propia fuerza, pervive o sucumbe. Los calificativos, las ridiculizaciones o las interpretaciones ajenas quedan siempre al margen. Lo dijo de manera admirable el propio Bennett, por boca de Priam Farll, el entrañable personaje de su inolvidable novelaEnterrado en vida: «En arte, nada vale ni nada cuenta sino la obra misma, y (…) no hay cantidad de charla inepta que pueda afectar positivamente, en bien o en mal, el valor de una obra de arte ante el mundo.»

[Este texto es la contribución de El infierno de Barbusse al homenaje que hoy, 27 de marzo de 2013, la Arnold Bennett Bloggers Assembly dedica al escritor inglés, una plausible iniciativa de Elena Rius, de Notas para lectores curiosos, y José C. Vales, deLas luciérnagas no usan pilas.]http://www.elinfiernodebarbusse.com

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